Celebrando los 70 años de Mia Couto

Lectura de Las arenas del emperador

Muy de cuando en cuando le asaltan a uno historias de tal potencia expresiva que hay que repetirse: “Solo es un libro”, para no quedar enredado en el hechizo de las palabras. Eso es lo que me ha sucedido con Las arenas del emperador, título de la Trilogía de Mozambique, publicada por Mia Couto en tres volúmenes entre 2015 y 2017 y como volumen unitario en 2018. Cuando eso ocurre, suelo demorar la lectura de las dos o tres últimas páginas (en este caso, de un total de setecientas cincuenta y seis) para despedirme como es debido del texto, con un respeto mezcla de agradecimiento y miedo al vacío. Toda mi vida he sido lector entregado y me he acercado con inquietud al final de cada libro, hasta el punto de dejar interrumpidos muchos de ellos en las últimas páginas. Porque hay historias que cobran vida y uno quiere vivir en ellas y teme que le dejen desamparado si pone fin al sortilegio. Cuando, rematada la lectura, sigue uno encandilado surge la pregunta inevitable: ¿Dónde reside el encantamiento de Las arenas del emperador?

Un viaje sin certezas

La respuesta no emerge de golpe, sino paulatinamente. Al principio, por pura inercia libresca, van aflorando lecturas mías anteriores como Esperando a los bárbaros, de Coetzee; Guerra y paz, de Tolstoi; Gran sertón, de Guimaraes Rosa; El corazón de las tinieblas, de Conrad; Todo se desmorona de Achebe; Os Lusiadas, de Camôes, claro está; Biblique des derniers gestes, de Chamoiseau… Estos grandes textos actúan a modo de lindes o, mejor, acotaciones dentro de las cuales recordar, imaginar, pensar el libro que uno está leyendo, confortablemente instalado en la corriente y dejándose llevar, haciendo acopio de significados, igual que el río Limpopo, Nambo wa nhimba, el río embarazado. Hasta que, más pronto que tarde, las resonancias literarias pierden su utilidad, se van haciendo más lejanas y acaban por desvanecerse.

Entonces comienza un viaje sin certezas. ¿A quién se dirige el escritor? ¿Qué quiere contar? Elige los últimos años del siglo XIX al sur del África Oriental Portuguesa, que luego se conocerá como estado de Mozambique, escenario de la última gran resistencia contra el poder colonial portugués hasta la guerra de independencia, iniciada en 1964. Sin embargo, creo que Las arenas del emperador no es una mera recreación literaria del pasado, como las novelas históricas al uso. Tampoco una fabulación con trasfondo más o menos fiel a personajes y acontecimientos históricos. El hilo narrativo que sustenta la trilogía está constituido por las operaciones militares entre el jefe militar portugués Mouzinho de Albuquerque y el rey Ngunguhane, dueño y señor de un imperio que llegó a tener una extensión de más de 50.000 kilómetros cuadrados en el sur del país. Ngunguhane fue derrotado, hecho prisionero y desterrado a las islas Azores, donde murió y fue enterrado de cualquier manera. Su figura se agrandó hasta adquirir la categoría de mito fundacional de la identidad mozambiqueña, nacida de aquella derrota militar. Sin embargo, Ngunguhane fue un déspota con su gente y hay juicios muy dispares sobre él. Mia Couto tercia en el debate. Igualmente, pasa revista a lugares míticos de aquella guerra de finales del siglo XIX, que siguen vivos en el imaginario mozambiqueño: Marracuene (escenario de El último vuelo el flamenco), Coolela (cercano a Mancajaze, tierra natal de Eduardo Modlane, otro de los mitos de la identidad mozambiqueña) o Chaimite (el bosque sagrado donde estaban enterrados sus antepasados al que se acogió Ngunguhane antes de ser capturado). Es difícil calibrar desde Madrid el impacto emocional de estos personajes y lugares entre quienes lean el libro en Mozambique. Acá puede pasar desapercibido y allá avivar el debate sobre la construcción de la nación.

Ajuste de cuentas

La relación de siglos entre Portugal y lo que conocemos como Mozambique estuvo marcada por tres hechos de consecuencias duraderas hasta hoy mismo: el patriarcado, el colonialismo y la esclavitud (escravatura), apoyados en el prejuicio racista de la supremacía blanca. Este legado incuestionable deforma y distorsiona cualquier punto de vista. De ahí la necesidad de abrirse a un ajuste de cuentas con él desde la perspectiva de quienes han venido padeciendo y enfrentándose a ese infierno. Mia Couto aborda esa tarea en Las arenas del emperador.

Hay denuncia constante de la violencia de género practicada tanto por colonialistas como por colonizados, con independencia de la condición personal o social de las mujeres. Violencia que convierte en una carrera de obstáculos ser mujeres, ser personas, cuando no lo impide. Violencia sostenida por el pacto patriarcal entre los hombres.

Hay también denuncia de las condiciones de esclavitud impuestas por el poder colonial a la población local. Es difícil no ver un tumbeiro, un barco negrero, en el buque que lleva al rey prisionero a Lisboa.

Y las manifestaciones supremacistas puestas en boca de la fuerza militar colonial son elocuentes a lo largo de la trilogía.

Desde el punto de vista del lenguaje, queda en evidencia la difícil relación desigual, también contaminada de racismo, entre el portugués hegemónico (aun asociado al colonialismo, amenazado por el inglés) y otros idiomas nacionales, que se extiende a los pasajes del libro donde los personajes deben recurrir a la traducción. Enigmático el intento inacabado de traducir la Biblia (el Buku) al txitxope por el personaje de un misionero católico mestizo, emprendido para contrarrestar la influencia de los misioneros protestantes. El misionero católico acaba diciendo que no necesita traducciones ni libros, señalando al río, las dunas y el mar, a los que llama su biblioteca. No se trata de una metáfora ingeniosa. El río y el mar son dos símbolos potentes de vida y muerte respectivamente a lo largo del libro. Como lo son la tierra y la casa, seres vivos. Tiene miga averiguar de qué es vehículo el Buku en esas latitudes. Enigmática también la maldición de la reina Dabondi -una de las esposas de Ngunguhane-, que surte el efecto de que Imani deje de hablar portugués. El tema del lenguaje daría para mucho más, solo recalcar ahora la importancia que el autor concede a la lengua oral (palabras, sueños, historias), presente a lo largo del texto.

Para concluir

Recorre el libro una revalorización crítica del pensamiento indígena, que deja claro el rechazo a la bestialidad y el despotismo del patriarcado (en su dimensión personal y social) y a la sangría del tribalismo, lo que no impide -todo lo contrario-, reivindicar la cuestión de quién es persona o no; la interacción desde la reciprocidad con los demás seres animados o presuntamente inanimados; el papel fundamental de la comunidad; el pensamiento mítico y sus peculiar relación con la magia y los datos de los sentidos (que incluye desde el encaje de los saberes tradicionales o la comunicación a través de los sueños (habitados por los ikanyamba) a la noción de casa, criatura viva y hambrienta: de noche devora y por la mañana escupe; y sobre todo el continuum vida/muerte (enterrar y sembrar son sinónimos) con la importancia capital del “otro lado” donde moran antepasados (chicuembos), fantasmas (xipoco), demonios (mandikwé) y dioses (nkossi); o los rituales de iniciación o purificación (kufemba). Sintoniza con el nuevo modo de estar en el mundo, haciendo balance crítico del colonialismo y el racismo e incorporando el pensamiento indígena, preconizado también en otras latitudes.

Y si te interesa la escritura en portugués, puedes leer la traducción inédita al castellano de un relato de Maria Gabriela Llansol, también por Mario Grande. Ybernia publicará sus obras Un beso dado más tarde y El juego de la libertad del alma en traducción de Mario en 2026.

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